martes, 6 de julio de 2010

Mitos solares



-¿Recuerdas el día en que partimos?
-Sí. Era una nave en el sol.
-El día en que salimos.

Fuimos al sol pensando, que era de oro, que era Apolo en un carruaje saliendo del mar.

-¿Recuerdas el tiempo en que fuimos Apolo?
-No.
-Porque yo tampoco puedo recordarlo.
-Lo he soñado.
-Los salones que un día de lluvia miraste, desvanecido ya el estanque, ya el sueño en los espejos y los tapices para delfines sin mar, sin estanque, sin isla.
-Pero no llovió, aquel día. No llovió.
-Se apagó el murmullo de la serpiente, callando entre telones de terciopelo. La ópera de París. Diálogos de espejos, de miradas que se asustan, de cálidos impulsos de sexo que fluyen en una noche de Puskin.
-Un mes basta para llenarte de referencias sin significado fuera de ti.
-Un claustro.
-Basta una semana.
Pero no era de helio, ni de oro, sino vacío.

-¿Recuerdas los mitos solares?
-El de Latona refugiada en Delos.
-Sí.
-El del sol convertido en colibrí fratricida.
-Sí.
-La doncella que huye a una cueva, en una isla, en un continente que se supo isla, para volver a tejer lo que los dioses quisieron prohibido.
-Sí.
-Y el anillo, la espada, el espejo de Ise.
-Ise. Hice.
-Al sol que nace entre la noche, y el cielo, y el loto que abre los labios húmedos para decir “Nace el sol”. Y nació.
-Y con él, el mundo.
Pero no, no ese sol. Porque cuando digo sol, es un plural de soles hechos de perla.
-Dices su nombre, que es flama. Y es verbo. Azucena.
-¿Recuerdas el primer mito solar?
-Sí.
-Dímelo, porque hoy mis ojos no miran. Cuéntame un mito solar, para que se haga el día en esta noche infinita. Y un mito de creación, para llenar el vacío con la ilusión de la vida.
-Pero no conozco nada fuera de mí. Porque nada es fuera de mí.
-Haz a la creación a mi imagen y semejanza.
-A mi imagen y semejanza…

Erase una vez un árbol que no era un árbol, porque sus raíces eran un hombre dormido. Y sus frutos, eran los sueños de ese hombre con los ojos cerrados. Pero no necesitaba ojos, porque eran los frutos sus ojos, y por eso no eran frutos ni ojos sino vacíos de energía pura, que al explotar se convertían en estrellas. Un día, éste hombre que no era hombre sino la raíz del árbol de todos los paraísos, soñó que era hombre sin ser raíz, y conoció el placer de la carne de los hombres que no son raíces. Y por eso salió del árbol el primer fruto que era fruto y era estrella, sin los conflictos de la creación. Porque era perfecto, es que era fruto y estrella, y perla y vacío, y ausencia y espejismo, porque las cosas perfectas no existen.

Pero en el Paraíso todos creyeron que existía, la cohorte de diosas y dioses, y esas criaturas que no son diosas ni dioses porque no tienen sexo, aunque tienen la piel de oro, y el primero en creer que existía semejante fruto imposible, fue el Hombre. Él, que había nacido de la Belleza y el Caos, de lo superficial y lo profundo, de la gran montaña y el océano insondable, él que era de todos el que conocía la carne y las virutas del cielo, se enamoró del primer fruto imposible, de la primera estrella que era todas las cosas del firmamento, y por eso no era cosa alguna.

-Porque esa estrella era el Sol.
-No. Todavía no era el Sol. Escucha.

En perseguir un espejismo el hombre pactó con la artesana del Amor, al parecerle que el Amor era aquello que unía a los contrarios, y por eso a los dioses y los mortales, y por eso a los posibles y a los imposibles. Y ella, que era artesana pero no el Amor, sopló un vaso con cristal de luces sin sombra, y le dijo “Aquí beberás de la gran fuente”. Pero, como para las artesanas y las sibilas, decir “de la gran fuente”, es decir que de todas las fuentes del mundo, acaso es también decir que de la raíz de un árbol que hace florecer frutos, porque también es fuente. Pero el Hombre por ser hombre, pensó que una fuente debía ser una fuente asequible, de modo que buscó entre los ríos el más caudaloso, el que desembocara en el mar, y de las montañas la más alta. La que se mirara desde el cielo.

Y de ahí bebió agua, agua mezclada con su sangre, sangre que se regó hasta el Océano. Pero la estrella que también era fruto, no bajó, ni se hizo realidad, sino la nada. Y el Hombre era hombre, y por ser hombre era impaciente. Y porque era impaciente regó sangre por toda la tierra, y porque era impaciente rompió el vaso soplado en la luz pura. Y su sangre se mezcló con la luz y el agua, en el fondo de vaso nació la espiral de la galaxia. Éste movimiento que no termina. Éste movimiento estéril que incorpora líquidos hasta hacerlos otro imposible. El uno. Hasta hacerlos luz. Y nada.

Porque el Hombre no sabía que de lo Imposible y la Nada había nacido, por amor, porque el Hombre quiso, el Espacio Sideral. Y las constelaciones inverosímiles porque son nada, porque son distancias inauditas que de pronto unidas, se aparecen, al Hombre, como signos del tiempo por venir. Como signos de sí. Esas distancias salvadas.

Y al cabo de crear al Universo cuando se supo enamorado de los imposibles, el Hombre se suicidó. No por amor ni por desamor. Sino porque los mortales mueren para Ser, porque los mortales mueren para volver al seno de los paraísos.

-¿Dónde está el sol?

Al sol lo hicieron cuando la Voluntad quiso hacer realidad lo imposible. Pero había que partirlo. Había que destruir aquella estrella que era fruto también, para que fuera estrella y fruto. Pero ya se había preñado del Hombre, y al partirse, emergió una estrella que también era hombre, y una estrella que también era mujer. Gravitaban extrañamente el universo. Sin saber unirse. Sin poder unirse, porque su unión era imposible. Porque ambos habían sido soles unidos, pero se creían distintos y distantes.

-La angustia. Ésta angustia que nos separa. ¿Cómo acabar con ella?
-El fin de la angustia es la historia del espejo.
-¿Cuál es la historia del espejo?
- Una que ésta noche perpetua, no voy a contarte.

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