miércoles, 2 de junio de 2010

Begijnhof



Con los ojos cerrados murmura el secreto. Es esta luz que se abre de pronto, como turbulento devenir en medio de la calma acostumbrada de tus rincones oscuros. La falange rebota sobre la tecla de un clavicordio, su respiración agitada bajo el corpiño de seda azul, pasos que respiran sobre la madera: contienes.

La luz de los espacios exteriores, el aire coagulado sobre la ventana, y una cortina de encaje tejida con el hilo más blanco y aguja de pezón. Puedo distinguir con estos ojos cerrados, el aroma inconfundible del claustro escondido. Armadura de ladrillo con oxido de hiedra: ciertos corazones son impenetrables para mí. Pan mío de todos los días: Ámsterdam tiene el color plomizo de las cosas que no deben contarse.

Pregunta quién soy. Llega a mi puerta, y pregunta. Mi puerta apolillada y humedecida por una lluvia de doscientos años en Flandes. No me reconocerás cuando me veas aparecer. Llevo una edad sin tiempo encerrado en esta habitación iluminada trazando un jardín que no existe, una torre blanca que todavía espera bajo la tierra el tacto de nubes, el roce sin roce del cielo y el mar, la eyaculación contenida en sí misma de ese lugar que no ocupa espacio más que dentro de mí. Aquí, te diré. Hay espacios en los que no entro. Porque, si hubiese puesto ya luz en todo el monasterio, en todo el convento, en todas las celdas ocupadas por fantasmas, cuán poco quedaría por saber. Si supiera el número de habitaciones en mi palacio, preferiría no vivir en él. Por eso me gustan esas cifras inverosímiles. Cuánta poesía cabe en la matemática cuando se lo propone. Cuando se propone no ser medida del mundo, sino sinónimo de lo absurdo. Cuando se propone ser sí misma y no del mundo, cuando me propongo ser yo mismo y no del mundo y no de ti. Begijnhof: contienes.

Ya no tengo nombre para el Otro en este diálogo convencional. Ya se me acabaron los nombres. Al cabo, siempre termino pensando que hablo para mí mismo. Al cabo, siempre he pensado que nuestra vida es un extenso monólogo, insensato y circular como órbita planetaria. Me enamoro de ti, porque hablo de ti, vida; si te callara habríamos vuelto a la nada hace tanto. Ra despierta y dice su nombre a Nun: relato somos de un dios que no gusta de sentirse solo, porque la soledad es el único de los atributos posibles.

Te contaba yo que a veces, por las mañanas, despierto con el coro de las niñas que cantan en la capilla. Figuras, desfiguras, esculturas permanentes de mi memoria, lugares a los que vuelvo continuamente sin agotarlos en el deslumbramiento: siluetas sombrías de hombres que asemejan mujeres, claustros de madera y piedra que huelen a humedad, en Holanda, en Singapur, en un planeta cuyo nombre no voy a contarte. No te lo diré, porque sería lo mismo que confesarte mi verdadero nombre. Ese nombre que no termina, que al terminar de pronunciarse ha comenzado a pronunciarse de nuevo.

Begijnhof es un lugar que no conozco. Qué más da. Viajé a Córdoba para cerciorarme de que había sido abandonada por los Omeyas, y en vez de ello me encontré con que me había abandonado a mí mismo entre las botellas de vino de Jerez. Siempre que abro los ojos, me pregunto dónde estarán todos los ángeles que me prometieron al nacer aquí. Si te digo ángel, no entiendas ángel, ni demonio ni pez; si me llamo virgen, no entiendas puro, ni blanco, ni mujer. Porque, cuando digo Anunciación te cuento de un día en que las azucenas atravesaron mis párpados en el monte de los judíos.

Éste es mi lenguaje secreto. Éste es mi juego. Tómalo a secreto y a juego, pero nunca lo tomes en broma, porque a mí no me gusta bromear, y los chistes locales, y los lenguajes secretos que sirven a esos chistes son propios de idiotas. Agota las salidas del laberinto, siempre te faltará un tramo, no podrás ser tú si quieres recorrerlas todas, porque puse la verdad en las aspas de dos espirales adversas, como esas escaleras que diseñó Da Vinci para su amante el rey de Chambord. Yggdrasil en medio de todos nosotros, con sus raíces en la semilla del cuerpo, sus ramas en el corazón.

Levanta la cortina púrpura, por Piedad del Espíritu Santo, y míralo dibujar un barco en medio de la tormenta. Él es el hijo del holandés mi hermano, que en todo se parece mí, porque lo hice a mí imagen y semejanza, como en todas las cosas que se nos fue la vida. La creación es un acto de muerte. Y después, cierra la puerta. Déjame con mi luz de ningún sitio aquí adentro, y no preguntes más mi nombre, porque te diré otro, porque fingiré que soy tonto, y tú creerás que lo soy. Pues hasta sería capaz de fingir un credo en el que no creo, para vivir siempre a solas en el desierto.



Serpiente- Mundo

Porque somos todo lo que hemos visto, devenir sensual de la mirada, somos, olfato y regusto de labios, soy una granada partida, sobre la lumbre, y a la luz del fuego. Soy Granada llorando en el Genil, y arabesco que se vuelve dulce para la lengua; alfeñique de piedra que desborda las mañanas, en silencio, y lluvia que atardece en los cielos partidos de Oaxaca.

¿Qué soy? Me digo, devenir que hacen mío los sueños; soy los ojos de una virgen despojada de ojos, y que mira, entre una cueva de llamas; y el último suspiro de Van Gogh, en medio de la madrugada. Soy el Mundo que San Jorge desbarata con la lanza, y la virgen, otra virgen, que desde una torre aguarda su llegada.

Zacatecas, a las dos de la mañana; Aranjuez al cabo de una hora en tren, entre jardines, el concierto que desgrana al mediodía, las aguas; y el Escorial, atardeciendo telarañas; soy la tumba de Mariana de Austria convertida en rastro de azucena, y Mariana pintada por Velázquez, y Velázquez con la paleta sobre el brazo, suspirando por las tardes sevillanas.

Un espejo esférico de mercurio, soy, el que se busca en el espejo, y muere en la angustia de sí. Y el gemido horroroso del toro de Guernica, en los corredores de un hospital vuelto museo; me dirás, que soy todo, menos el mundo, te diré que soy todo el mundo, menos yo. Esta vuelta, que da vueltas, por gusto, la voluntad que vuelve al teatro porque sí, porque es voluntad y nada más que voluntad. La serpiente, de lo absurdo, que devora su cola y vuelve a nacer, cuando al dar muerte al mundo, muere ella misma en el resplandor de la aurora.

Mitología reptil que se mueve, en silencioso arrastre, y en silencio se nos revela como muerte; porque soy, en el valle donde las serpientes cambian de piel, a unos pasos donde la serpiente no salió al encuentro de sí misma, hace quinientos años. La aurora que baja convertida en reptil, y preña princesas exiliadas en la noche; si vieras, lo profundo que hay en mí, no verías nada: el engaño y la ilusión de mirarme, te hacen mirarte, y sentir espanto de ti, atracción de ti, consumación de esta muerte narcisista que escogimos por ser Hombres.

Las aguas atlánticas, pintando de flores la umbrosa Holanda, que lo mismo engendran a la noche en Tlacotalpan; esa y todas las islas soy, las que he pisado y las que no, las que son islas porque soy yo, convertido en promesa de ser Tierra; Mundo, sistema, galaxia. Y soy, después de todo, una manzana de la sierra cuando la lluvia ha terminado de limpiar a la serpiente natural de las montañas; en una isla de manzanas que esperan el despertar un monarca custodiado por hadas exiliadas.

Casado con el Mar, soy lo que aguarda, en las profundidades, la llegada de la luz; respira hondo, desciende y mira; convertido en la plaza de San Marcos, y luego, en el Bucintoro que une a la tierra con el agua. Y aún soy más, pero hoy, descansa.