Porque somos todo lo que hemos visto, devenir sensual de la mirada, somos, olfato y regusto de labios, soy una granada partida, sobre la lumbre, y a la luz del fuego. Soy Granada llorando en el Genil, y arabesco que se vuelve dulce para la lengua; alfeñique de piedra que desborda las mañanas, en silencio, y lluvia que atardece en los cielos partidos de Oaxaca.
¿Qué soy? Me digo, devenir que hacen mío los sueños; soy los ojos de una virgen despojada de ojos, y que mira, entre una cueva de llamas; y el último suspiro de Van Gogh, en medio de la madrugada. Soy el Mundo que San Jorge desbarata con la lanza, y la virgen, otra virgen, que desde una torre aguarda su llegada.
Zacatecas, a las dos de la mañana; Aranjuez al cabo de una hora en tren, entre jardines, el concierto que desgrana al mediodía, las aguas; y el Escorial, atardeciendo telarañas; soy la tumba de Mariana de Austria convertida en rastro de azucena, y Mariana pintada por Velázquez, y Velázquez con la paleta sobre el brazo, suspirando por las tardes sevillanas.
Un espejo esférico de mercurio, soy, el que se busca en el espejo, y muere en la angustia de sí. Y el gemido horroroso del toro de Guernica, en los corredores de un hospital vuelto museo; me dirás, que soy todo, menos el mundo, te diré que soy todo el mundo, menos yo. Esta vuelta, que da vueltas, por gusto, la voluntad que vuelve al teatro porque sí, porque es voluntad y nada más que voluntad. La serpiente, de lo absurdo, que devora su cola y vuelve a nacer, cuando al dar muerte al mundo, muere ella misma en el resplandor de la aurora.
Mitología reptil que se mueve, en silencioso arrastre, y en silencio se nos revela como muerte; porque soy, en el valle donde las serpientes cambian de piel, a unos pasos donde la serpiente no salió al encuentro de sí misma, hace quinientos años. La aurora que baja convertida en reptil, y preña princesas exiliadas en la noche; si vieras, lo profundo que hay en mí, no verías nada: el engaño y la ilusión de mirarme, te hacen mirarte, y sentir espanto de ti, atracción de ti, consumación de esta muerte narcisista que escogimos por ser Hombres.
Las aguas atlánticas, pintando de flores la umbrosa Holanda, que lo mismo engendran a la noche en Tlacotalpan; esa y todas las islas soy, las que he pisado y las que no, las que son islas porque soy yo, convertido en promesa de ser Tierra; Mundo, sistema, galaxia. Y soy, después de todo, una manzana de la sierra cuando la lluvia ha terminado de limpiar a la serpiente natural de las montañas; en una isla de manzanas que esperan el despertar un monarca custodiado por hadas exiliadas.
Casado con el Mar, soy lo que aguarda, en las profundidades, la llegada de la luz; respira hondo, desciende y mira; convertido en la plaza de San Marcos, y luego, en el Bucintoro que une a la tierra con el agua. Y aún soy más, pero hoy, descansa.
¿Qué soy? Me digo, devenir que hacen mío los sueños; soy los ojos de una virgen despojada de ojos, y que mira, entre una cueva de llamas; y el último suspiro de Van Gogh, en medio de la madrugada. Soy el Mundo que San Jorge desbarata con la lanza, y la virgen, otra virgen, que desde una torre aguarda su llegada.
Zacatecas, a las dos de la mañana; Aranjuez al cabo de una hora en tren, entre jardines, el concierto que desgrana al mediodía, las aguas; y el Escorial, atardeciendo telarañas; soy la tumba de Mariana de Austria convertida en rastro de azucena, y Mariana pintada por Velázquez, y Velázquez con la paleta sobre el brazo, suspirando por las tardes sevillanas.
Un espejo esférico de mercurio, soy, el que se busca en el espejo, y muere en la angustia de sí. Y el gemido horroroso del toro de Guernica, en los corredores de un hospital vuelto museo; me dirás, que soy todo, menos el mundo, te diré que soy todo el mundo, menos yo. Esta vuelta, que da vueltas, por gusto, la voluntad que vuelve al teatro porque sí, porque es voluntad y nada más que voluntad. La serpiente, de lo absurdo, que devora su cola y vuelve a nacer, cuando al dar muerte al mundo, muere ella misma en el resplandor de la aurora.
Mitología reptil que se mueve, en silencioso arrastre, y en silencio se nos revela como muerte; porque soy, en el valle donde las serpientes cambian de piel, a unos pasos donde la serpiente no salió al encuentro de sí misma, hace quinientos años. La aurora que baja convertida en reptil, y preña princesas exiliadas en la noche; si vieras, lo profundo que hay en mí, no verías nada: el engaño y la ilusión de mirarme, te hacen mirarte, y sentir espanto de ti, atracción de ti, consumación de esta muerte narcisista que escogimos por ser Hombres.
Las aguas atlánticas, pintando de flores la umbrosa Holanda, que lo mismo engendran a la noche en Tlacotalpan; esa y todas las islas soy, las que he pisado y las que no, las que son islas porque soy yo, convertido en promesa de ser Tierra; Mundo, sistema, galaxia. Y soy, después de todo, una manzana de la sierra cuando la lluvia ha terminado de limpiar a la serpiente natural de las montañas; en una isla de manzanas que esperan el despertar un monarca custodiado por hadas exiliadas.
Casado con el Mar, soy lo que aguarda, en las profundidades, la llegada de la luz; respira hondo, desciende y mira; convertido en la plaza de San Marcos, y luego, en el Bucintoro que une a la tierra con el agua. Y aún soy más, pero hoy, descansa.
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