jueves, 19 de agosto de 2010

Elegía de la luna cortada

Cruje la luna, sobre el pasto fresco,
baja desnuda, la madrugada,
te toma en sus manos, sus senos desnudos,
tus dedos turban la dureza helada.

Ya la penumbra, sabes se aproxima,
hueles la tierra temblando en Granada,
en el centro de tus manos, se hunden las estacas:
son puntas de acero de la Gran Manzana.

¿Quién dirá, flamenco, quién dirá mañana,
que tus huesos polvo, y en la arena, nada?
Cuando de Almería el desierto, hiciste tierra Alba,
y de la mujer llorando, yerma piel y sangre amarga.

Ya viene la Luna, llena está y en calma,
tú pediste muerte, cuando estaba ausente,
y te lleva ahora, cuando ya no falta.
¿Quién te escucha en llanto, ánima de Alhambra?

Cuando sepas todo, ¡nada, nada pasa!
y recuerdas pronto, rezos de la infancia.
Pides, Señor Mío, no me dejes ahora,
quien a Dios tiene, nada le falta.

Todo se muda, voz de la comarca,
cuando gritabas niño, vienen ya de Alfacar
los campesinos moros, traen acá sus vacas.
Aún lo gritas todo, ni el secreto guardas.

Lo recuerdas, simple, tiemblan ya tus piernas,
cuando la angustia acecha, la vida es sueño de agua,
todo es transparente con la faz vendada,
descienden tus zapatos la cuesta enlutada.

Todo es muerte ahora, ¿quiénes serán ellos?
Cuando andaba el carro, eran sus lamentos,
pero, en éste trance, ¡no importa, nada, nada!
Porque la muerte ya suspira su faena aciaga.

Es el viento el mismo que suspiró en La Mancha
y el que partía las rocas, puntas de Girona,
ese mismo viento que te nombró en Rhode Island,
y pediste entonces, si vuelvo a oírte, canta,

porque traerás la muerte sobre tus espaldas.
Porque tengo miedo, cántame una nana,
de las que partían mi angustia
en la casa grande de las verjas anchas.

Caballo, jaula, navaja, luna, gitana,
y el Albaicín ruinoso, en tus ojos pasan.
¿Quién dijera, cierto, lo que el corazón enjaula?
Volará, libre al impacto, el alma libertada.

Piensa, piensa, en pájaros que cantan,
ventanas y disparos, pirámides veladas.
Pronto, pronto, piensas, pisarás la luna,
en la tierra ardiente del Espejo de Agua.

Cantarán los grillos, crepitará la hierba,
y allá en la cuesta altiva,
un perro andaluz ladra.
¡El mundo seguirá cuando a la tierra caiga!

Y sólo la Luna mirará mi cara.
Casta Diva, que plateas éstas antiguas
sacras plantas,
y en Argentina, ¿será ya mañana?

Río de Plata fluye bajo tus pies,
de mercurio era el estanque de Madinat Azahara.
Tanta cosa inútil que se aprende uno,
encerrado y triste en las malditas aulas.

Languidece el ave, languidece el alma,
no duele, es helado, el casquillo plata.
Se cerraba el piano y gemían las cuerdas,
el telón cerraba, ¡no des más la espalda!

Que ahora, sin aplauso cae,
en la precipitada fosa.
Todavía el destello, de los ojos negros
de un caballo noble,

que rebelde en casa,
hicieron ceniza,
y en su corazón, la bala.
Nunca, el exilio de Granada.

Nunca, no otra vez, Granada,
una vez perdida, otra vez, por nada.
¿Qué será de él, qué será…?
Señor mío, si me dejas ir,

dile que me alcance.
Dile a ese, mi niño,
que no morí en Alfacar,
y que me busque en el ombligo

de la Luna Santa.
Eran heridas en las manos,
de la Gran Manzana,
como estigmas ciegos de la madrugada.

Ese Invierno en que soñabas
con ir a la Habana,
cuando en la palma un copo,
era alud quejoso de Sierra Nevada.

En Cristo un día te miraste,
el de la Parroquia Blanca,
y ya entonces te quisiste mártir
y jinete-luna, cabalgando el tiempo,

que en la noche,

es agua.

Despierte, hijo, despierte. Mire ya la luz: es de Sol, mañana.