lunes, 1 de noviembre de 2010

Canción (Allen Ginsberg)

No acostumbro reproducir el trabajo de nadie más (como si mi propio trabajo pudiese dotar de valor alguno éste espacio), pero el presente poema de Allen Ginsberg es lo más conmovedor que he leído, desde hace mucho tiempo.



Canción
Allen Ginsberg



El peso del mundo
es amor
Bajo la carga
de la soledad,
bajo la carga
de la insatisfacción

el peso,
el peso que arrastramos
es amor.

¿Quién puede negarlo?
En sueños
toca
el cuerpo,
en el pensamiento
construye
un milagro,
en la imaginación
angustias
hasta que nace
en el ser humano —

Observa desde el corazón
ardiente de pureza —
porque la carga de la vida
es amor,

pero acarreamos el peso
fatigosamente,
y hemos por lo tanto de descansar
en brazos del amor
finalmente
hemos de descansar en brazos
del amor..

No hay reposo
sin amor,
ningún sueño
sin sueños
de amor —
ya sean locos o helados
obsesionados de ángeles
o máquinas,
el deseo final
es amor
— puede no ser amargo,
puede no negar,
puede no retener
de ser negado:

el peso es demasiado grande

— ha de dar
a cambio de nada
como es entregado
el pensamiento
en la soledad
en toda la excelencia
de su exceso.
Los cálidos cuerpos
resplandecen juntos
en la oscuridad,
la mano se mueve
hasta el centro
de la carne,
la piel se estremece
de alegría
y el alma acude
gozosa a los ojos —

Sí, sí,
eso es lo que
yo deseaba
lo que siempre deseé,
siempre deseé
regresar
al cuerpo
donde nací.

sábado, 16 de octubre de 2010

El Soñador

Dentro de la burbuja
un árbol duerme.
La raíz es el soñador inerme,
a orillas del río del tiempo.

El tronco empieza en su ombligo
hambriento,
crece como un cordón
que se ciñe al cielo,

y al llegar, la copa
es el Universo entero.
Las ideas que flotan,
las palabras dichas,

su follaje eterno;
y al brotar los frutos,
burbujas son,
con bosques durmiendo.

Si por ventura, un día
(aunque el tiempo fluye,
a su costado izquierdo
sin tocarlo apenas, con rocío o aliento)

soñara el árbol
con tu rostro, viendo
el pernoctar perpetuo,
despertaría, llorando

como yo despierto.

jueves, 7 de octubre de 2010

Sombra del Agua

Pseudo-poema inconcluso que tenía que colgar en algún sitio provisionalmente...

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¿Ves este espejo en que me he convertido?
Puede que un día sea agua como tú.
¿Ves la Estrella del Amanecer?
Es un recuerdo de mañana,
hecho ayer para tus manos exhaustas.

¿Ves el cuerpo espumoso de las eras
que no caen al orbe terrenal?
Así, esquiva me es la sombra,
así de efímeros, los pasos y mis pies.

Porque estoy en dos lugares que soy,
no me preguntes si soy
humano demasiado humano,
un lucero caído o un dios,
por accidente errando en el mundo.

O errando el mundo.
No sé.

Para que no te diga quién eres
cuando me ves,
no me preguntes dónde estoy
si estoy parado bajo tus pies
como la sombra del agua.

De tu cuerpo de agua.

jueves, 19 de agosto de 2010

Elegía de la luna cortada

Cruje la luna, sobre el pasto fresco,
baja desnuda, la madrugada,
te toma en sus manos, sus senos desnudos,
tus dedos turban la dureza helada.

Ya la penumbra, sabes se aproxima,
hueles la tierra temblando en Granada,
en el centro de tus manos, se hunden las estacas:
son puntas de acero de la Gran Manzana.

¿Quién dirá, flamenco, quién dirá mañana,
que tus huesos polvo, y en la arena, nada?
Cuando de Almería el desierto, hiciste tierra Alba,
y de la mujer llorando, yerma piel y sangre amarga.

Ya viene la Luna, llena está y en calma,
tú pediste muerte, cuando estaba ausente,
y te lleva ahora, cuando ya no falta.
¿Quién te escucha en llanto, ánima de Alhambra?

Cuando sepas todo, ¡nada, nada pasa!
y recuerdas pronto, rezos de la infancia.
Pides, Señor Mío, no me dejes ahora,
quien a Dios tiene, nada le falta.

Todo se muda, voz de la comarca,
cuando gritabas niño, vienen ya de Alfacar
los campesinos moros, traen acá sus vacas.
Aún lo gritas todo, ni el secreto guardas.

Lo recuerdas, simple, tiemblan ya tus piernas,
cuando la angustia acecha, la vida es sueño de agua,
todo es transparente con la faz vendada,
descienden tus zapatos la cuesta enlutada.

Todo es muerte ahora, ¿quiénes serán ellos?
Cuando andaba el carro, eran sus lamentos,
pero, en éste trance, ¡no importa, nada, nada!
Porque la muerte ya suspira su faena aciaga.

Es el viento el mismo que suspiró en La Mancha
y el que partía las rocas, puntas de Girona,
ese mismo viento que te nombró en Rhode Island,
y pediste entonces, si vuelvo a oírte, canta,

porque traerás la muerte sobre tus espaldas.
Porque tengo miedo, cántame una nana,
de las que partían mi angustia
en la casa grande de las verjas anchas.

Caballo, jaula, navaja, luna, gitana,
y el Albaicín ruinoso, en tus ojos pasan.
¿Quién dijera, cierto, lo que el corazón enjaula?
Volará, libre al impacto, el alma libertada.

Piensa, piensa, en pájaros que cantan,
ventanas y disparos, pirámides veladas.
Pronto, pronto, piensas, pisarás la luna,
en la tierra ardiente del Espejo de Agua.

Cantarán los grillos, crepitará la hierba,
y allá en la cuesta altiva,
un perro andaluz ladra.
¡El mundo seguirá cuando a la tierra caiga!

Y sólo la Luna mirará mi cara.
Casta Diva, que plateas éstas antiguas
sacras plantas,
y en Argentina, ¿será ya mañana?

Río de Plata fluye bajo tus pies,
de mercurio era el estanque de Madinat Azahara.
Tanta cosa inútil que se aprende uno,
encerrado y triste en las malditas aulas.

Languidece el ave, languidece el alma,
no duele, es helado, el casquillo plata.
Se cerraba el piano y gemían las cuerdas,
el telón cerraba, ¡no des más la espalda!

Que ahora, sin aplauso cae,
en la precipitada fosa.
Todavía el destello, de los ojos negros
de un caballo noble,

que rebelde en casa,
hicieron ceniza,
y en su corazón, la bala.
Nunca, el exilio de Granada.

Nunca, no otra vez, Granada,
una vez perdida, otra vez, por nada.
¿Qué será de él, qué será…?
Señor mío, si me dejas ir,

dile que me alcance.
Dile a ese, mi niño,
que no morí en Alfacar,
y que me busque en el ombligo

de la Luna Santa.
Eran heridas en las manos,
de la Gran Manzana,
como estigmas ciegos de la madrugada.

Ese Invierno en que soñabas
con ir a la Habana,
cuando en la palma un copo,
era alud quejoso de Sierra Nevada.

En Cristo un día te miraste,
el de la Parroquia Blanca,
y ya entonces te quisiste mártir
y jinete-luna, cabalgando el tiempo,

que en la noche,

es agua.

Despierte, hijo, despierte. Mire ya la luz: es de Sol, mañana.

jueves, 29 de julio de 2010

Poemas para Dos Sueños Genuinos

La Visita al Templo. Sábado 24 de Julio de 2010. Siete con diez de la mañana.

Ya Lucía, ya la efigie santa
en el seno del templo reveló
blancura que es envuelta
en llamas horrorosas
ocho años atrás.
Ahora, Lucía, son las siete y diez:
Ha cesado la madrugada.
Volví los ojos a ti,
volví los ojos al tiempo
antes del despertar:
eran las siete de la mañana
en las nubes,
y medianoche en la cama.

Iré a la biblioteca, dije a Mi Madre,
por uno de esos libros que siempre faltan.
Porque siempre faltan páginas,
y letras faltan, en la Biblioteca del Alma.
¿Cesarás, no cesarás, la intuición
del libro que falta? Has tenido los años
para convertirte en biblioteca empolvada.

Ya descorrido el velo fatuo del sueño,
me creí despierto, en las aceras falsas:
porque dijo el poeta, la vida es sueño,
y algunos cedemos en el sueño, al despertar:
es el juego, espejuelo de la conciencia
que por quererse despierta,
teje un falso amanecer.

Ya la tela, el texto, levantó el telón:
una puerta, enmohecido el portón
se abren siete patios,
uno a otro más sombrío,
los umbrales, túneles,
las puertas húmedas del tiempo
conducen a la oscuridad.

Ya el primero anuncia
con el simún de su aliento,
que todos cuantos pueblan
el palacio, son muertos:
asistamos al funeral.

En el segundo patio,
ya enlutados y llorones,
claman los muertos
asistentes al funeral:
¡Helos ahí, suspirar cautivos,
velando el cadáver de alguien más!
Aquí, todo cuanto vivo permanezca,
muerto está.
Todo cuanto fenecido te aparezca,
vive aún el destino terrenal.

En el corazón ardiente del lamento,
reposa un cadáver anhelante:
mujer es, ¡mirad su pecho!,
una sábana lo cubre, de la brizna
al pie, ciega los ojos a la oscuridad,
mortaja de nieve que respira y canta,
porque a los muertos, muerte parece
el sueño de los inocentes.

El tercer patio, es en silencio,
algunos concomitantes del funeral.
Ellos no lloran, pero te miran,
y proclaman tu nombre a los demás.
Ya el cuarto patio, más estrecho,
mira al quinto, sexto, y séptimo.
No, no aún son para ti los patios últimos:
de terror al muerto le parecen,
los Tres Grandes Patios donde comienza
el Resplandor de la Divinidad.

Pero aquí, el Cuarto Patio
es sede la Biblioteca Central.
Entra y mira, empolvada toda,
la cierne luz angelical.
Una mujer ora sabia, ora augusta,
detiene la lectura, se quita el antifaz,
-¿A qué has venido, tú a mi casa,
forastero de la medianoche?
-Vine por un libro, desde casa,
un libro que no encontraba en ningún lugar.
-Oh, los libros que buscan los mortales,
están afuera, no en éste palacio,
Éste es el Palacio de Su Majestad.
Vete ahora, vete ya,
que los muertos se lamenten en su funeral.

Tienes miedo, la luz penetra,
infinita y absoluta, sin ser de astro,
permea toda tenebrosidad.
Entonces lo miras, junto a ti
quizá todo el tiempo, toda la vida terrenal.
estuvo contigo, a la derecha del lecho,
rozando tus labios dormidos,
en la vigilia de tus pasos ausentes.
-¿Cuál es tu nombre?
-Mi nombre es David.
No es David que conozcas, sino el Rey Niño,
convertido en Potestad.
Tiene la altura de una Torre de Marfil,
ya la ropa blanca hace eco a la luz,
ya los ojos grises o azules
hacen eco al mar.

No te mirará, no mirará nunca
presencia mortal.
Ni quieras mirarlo:
una mirada suya basta para fulminar.
-David, me aterra atravesar
los patios de salida,
me aterra volver pasos atrás.
-No temas, yo iré en pos de tu sombra.
no me mires, ni escuches nada más
que mi voz. Ella guiará.

Con el Ser Hermoso,
Mancebo y Doncella,
Presencia triunfal,
del cuarto al tercer patio,
del tercero al segundo,
los pasos volvimos.
En la capilla, hallados,
la escalera de descenso parte en dos la altura:
“Porque es que ambas has de atravesar
tú atravesarás una, y yo la otra”.
Habiendo hablado el guía,
aparecen otra vez, los asistentes al funeral:
cantan, “Hossana en las Alturas,
Bendito es el que Viene en Nombre del Señor”.

Un hombre te mira, un hombre cualquiera,
sus ojos son azules, hunden y capturan,
“No lo mires más”.
Y en la ignorancia de sus ojos emerges
a la luz primera, descendidas las escaleras.
Aún al pie de aquéllas, aguarda una mujer.
de negro lleva el luto, y enorme sombrero,
te detiene del brazo, y comienza a recitar:
“¿Has visto al hombre de los ojos azules?
Ese hombre es mi esposo. Y me engañó
con otra mujer. Y otra mujer,
otra mujer,
otra mujer.
Hasta que agotado su deleite,
probó con otros hombres. Y un hombre
sucedió a otro hombre,
otro hombre,
otro hombre…”.
Tú quieres contestar, pronto abres los labios,
cuando el Guía susurra:
“No la escuches más.
Si la miras a los ojos,
Notarás que sus palabras no son para ti,
Lleva en su amargura, la eternidad”.

Ya el último patio se anuncia,
la puerta principal, ante tus ojos:
no la logras alcanzar.
Porque una y otra vez sobre el umbral,
se azota la madera corrompida:
ni aún la punta de una aguja pasará.

“Detente, ahora, niño incauto,
de aquí no se sale sin rezar”.
Vuelto el rostro hacia el Interior,
desciende ya la nube de cenizas
que erizan al corazón, y a los desiertos erosionan:
al punto, todas ellas se conjuntan,
al punto, las cenizas cristalizan
al Guardián de los Umbrales.

Es el sacerdote un hombre sin edad:
sus pupilas queman, abrasan sus dedos,
collares de siete piedras preciosas
le sirven de pectoral.
Negro su atavío, resplandeciente agravio,
todo él desprende majestad.
“¿A dónde vas?” Pregunta,
¡Voz ominosa de desierto,
Voz que hace eco en los Siete Patios,
Voz que es los Siete Patios,
Voz que hace eco en tu propia alma
antes de Pronunciar!

“Éste es el funeral de una niña incauta,
que llegando al séptimo patio
se quemó. Ahora esto,
y nada más esto,
y por siempre esto
de ella quedará”
Y en su mano diestra sostiene
una muñeca negra, que fuera
su cuerpo terrenal,
pasada por las llamas
del Incendio Celestial.

“Ahora, rezarás por ella antes de partir”.
Clamas al Guía, y él dice: “Sí,
Si no rezas, no podrás salir”.
Recita ya el Sacerdote el Nombre de la Niña,
repita ahora su nombre
“Líbanos. Llévate nuestra luz.
Bebe de nosotros para que Vivas Otra Vez”

No recitarás. Clamas de nuevo al guía,
David Dirá:
“Yo rezaré por ti, porque soy Tú,
será Mi Voz la que se Haga escuchar en el Templo
en Tu Nombre,
por el perjurio que has cometido
Yo Rezaré por ti. Y nadie te castigará”.
Y el sacerdote vuelve con su voz de espanto,
que retumba ora en las paredes,
ora en el hueso del cráneo:
“¿Recuerdas, Amor, cuando eras Psique?
Es por eso, Amor, que tu nombre también
es Psique.
¡Oh, Psique, ya no eres más,
oh Psique, han dejado de creer!
Es porque ya no eres, que
Ahora
Estás
Muerta”
Se abre la puerta,
viene ya la Luz,
“No mires hacia atrás” dice el Guía,
“Sal. Ahora puedes despertar”
No, no miras, no miras hacia atrás.

Cuando atravieso el Umbral,
ahora despierto, sobre la cama el rumor,
en mis ojos la luz,
tiene el Alma, Paz.


La Virgen de las Espigas. Madrugada de Enero 24 de 2009

La novia espera,
en el templo de madera,
con su cabellera rubia que es velo
de luto y matrimonio;
y mira y me sonríe, y dice
“Te conozco”.
Entre los años y los siglos,
reconozco su sonrisa.

La novia es virgen y su cabello
es el cabello de Perséfone;
espigas de trigo caen, secas en otoño,
formando volutas sobre su cabeza.
Blanca la sonrisa, ámbar la mirada,
personaje común de los delirios virginales,
es la virgen comprometida
con el Espíritu sin Rostro.

El templo protegido por un cielo de cristal,
de tres pisos construido,
de tres grandes ventanas, luz ostenta,
y frente al altar, la Virgen de la Espiga
se casa con un hombre cualquiera.
Un hombre que soy yo;
un hombre que eres tú.
Un hombre que es el mundo entero.

Dice ser judía, pero no lo es;
no lo es la ceremonia, ni lo son
las imágenes del templo
de madera pura.

Para ingresar, un campo se atraviesa,
sembrado de botones verdes y violetas.
Al entrar, se conocen tres santuarios:
al primero no se accede, porque no existen escaleras
que conduzcan al alma directamente a La Presencia;
el de la derecha está cerrado,
y apenas se oscurece;
el de la izquierda desciende,
hacia un túnel de milagros.
Y todo desaparece.

Bajar, subir, subir, bajar.
El que sigue a la Virgen de la Espiga
no puede perderse: su sonrisa es luz,
y a todos dice conocerlos.
Te conozco, de un pasado remoto,
de una infancia tardía,
de una adultez precoz que ya es olvido.
“Era niña” dices “Eras niño entonces”.
Y haces que recuerde pasados improbables;
tu cara de niña, corriendo en los trigales,
tu sonrisa de perfume
derramado en los manantiales.

Brillas, niña, con tu sonrisa verticordia.
Trasplantada de un sueño donde eras
un hombre también hermoso.
Puede crecer la misma flor en dos tierras
separadas por el Mar,
y es apenas diferente.

Te casas ahora, con un hombre que yo soy.
Un hombre, todos los hombres.
Nunca le miro el rostro,
ni el rostro del capellán.
Quizá no tengan rostro.
Quizá, yo no lo tenga,
ni mi hermano ni mi madre
ni mi tía que siempre fue caballero.
Sólo tuya es la única mirada irrefutable,
el espejo de tu mirada, mi mirada, nuestra mirada.

Dices ser judía, pero no lo eres.
No es judío el altar en el que te postras,
y más griega me pareces,
con esa especie de desnudez
con la que traes vestida el alma,
derramada de tu cuerpo
disfrazado de novia blanca.

Más griega debes ser,
que llevas espiga en el cabello,
y partirás al Occidente
en un carruaje de cintas albas.

Menos griego es este templo
de preciosas maderas talladas,
de preciosas figuras inmóviles:
Apóstoles que no tienen boca
para sus noticias imposibles,
y capellanes que no tienen voz
para sus mentiras inevitables.

Te has casado. Concluida la ceremonia
nos acercamos al sagrario, y es oscuro,
hace frío y es noche eterna en el altar;
pero al otro lado del templo está la luz
del campo sembrado de flores blancas.
No hay que temer; amar, tu rostro,
en los resplandores se disuelve.

Detrás del altar un pasillo, aún más oscuro,
conduce al Tesoro Interior.
No debe verse, pero ella lo busca,
y yo la sigo.
No debe ser mirado, pero la puerta está abierta:
en un cuarto en plena oscuridad,
se revela la Luz, y todas las criaturas existentes;
inmóviles, convertidas en tronco,
en árbol, en hoja, en fruto de la Tierra,
en palabra pronunciada,
clamor que se disuelve.

Huimos al saber que hemos mirado
Lo Prohibido. El Tesoro del Santuario;
pero, ¿quién habrá que nos castigue,
si del crimen nadie fue testigo?
El capellán disfruta el vino,
el monaguillo a nuestros pies
barre el arroz y el trigo.

Al salir, no estás, pero sigues en la mente,
grabada en el corazón, estrella del norte.
Y la misión es encontrarte fuera del Templo,
donde el campo es estéril, y la ceguera, abundante:
todo parece igual a quienes no recuerdan tu rostro.

El viento arrastra las flores de primavera;
más que viento es huracán, pero sin lluvia
y en pleno esplendor del mediodía.
El viento arrebata las flores a la tierra,
las eleva en su imperio inmaterial,
y las desmorona sin dientes.

Quisiera recoger todas las flores;
y grito y clamo, y junto a mí,
mi hermano se arrodilla.
En el regazo de ambos los ramilletes
de flores verdes, blancas y violetas
se marchitan. Pronto morirán.
Morirán todas las flores:
Las pocas que he salvado,
y el resto, inmenso, devorado por el viento.

Las que no sean uno con el aire,
agonizarán en un jarrón de porcelana,
con agua a medias; arrancados de la tierra,
los seres materiales languidecen.
Quisiera salvar todas las flores,
pero no tiene sentido el sacrificio:
se siembra el trigo para cosecharse,
se siembran las flores para adornar,
y luego marchitarse.

Me pongo de pie: lo he comprendido.
Lo que debe irse con el viento, debe irse;
tras las murallas del templo,
las cosechas han muerto,
y el maíz se estremece sobre el maíz,
la tierra recupera imperio sobre la Tierra.

Una senda se abre, pero es incierta.
Lleva a otro carruaje, tal vez menos blanco,
pero con destino al infinito.
No hay desenlace para una lucha
que apenas ha comenzado.

miércoles, 7 de julio de 2010

Mitos de Partida


Mitos de Partida.
A Emmanuel Ruíz.

-De nuevo, es el barco que se va.

-¿A dónde va? Dímelo. Cuéntalo. Conviértelo en estos sentidos que mis ojos no me dan, que mi lengua no me da, que mi olfato no me da, que mis oídos no me dan, que mis manos no me dan.

-A casa.

-¿Hemos de regresar?

-Es un círculo. Es una órbita que viene y va, sobre la misma corriente de fuegos artificiales.

-De nuevo, es el barco que se va.

Adónde irá. Me pides que te cuente adónde irá. Adónde iremos todos los que nos volvimos fantasmas, adónde se exiliaron los dioses cuyos nombres fueron olvidados, adónde, dime, adónde. Pero no para todo tengo respuestas que puedan decirse.

-Con los labios.

-¿A dónde iremos?

Me preguntas, ¿a dónde iremos los que sobramos? Porque van a decirnos que estamos locos, porque van a negar nuestros nombres, y luego se reirán de nosotros. Pero nosotros reiremos también. Porque cuando nos hayamos convertido en sarcasmo para sus lenguas, ellos se habrán convertido en carne, y en el despertar que a nosotros nos tocó conocer mucho tiempo antes de que fueran siquiera polvo. De que fueran siquiera nombre. Y ellos dirán, un poco perplejos, un poco risueños aún: “No irán a ninguna parte.” Y nosotros volveremos a mirarlos con la ternura de siempre, y diremos “Sí. De eso se trata. De que hayan olvidado nuestro paradero”. De que hayan convertido Avalon en mentira, y hayan desvanecido la Duat con sus promesas de días enteros. Que ahora abran los ojos y crean que la mañana es eterna, sin saber de la noche que nosotros conocimos para mantener el mundo, éste mundo que ahora toman entre las manos. De que nos recluyan en el laberinto de sus carnes y sus neuronas, de que nos encuentren explicación de espejismo, y negación de misterio. Porque será como ser borrados de pronto de aquel lienzo blanquísimo al que dimos forma con la mirada, es que dolerá. Porque volveremos a la nada del antes, porque entenderemos que somos recuerdo, porque habremos visto estos tiempos lineales doblarse y desdoblarse de pronto, y en sus dobleces irán nuestros vientres hasta hacerse redondos, flor de ombligo, cordón umbilical, abrumadora niñez de otros universos, porque sí, porque será el final de los tiempos, y porque habremos dejado sólo polvo sobre la tierra, porque ellos abrirán los ojos por primera vez, y no nos verán, y nos creerán sueño del pasado, mientras nosotros no seremos nada parecido ni al pasado ni al sueño, ni al presente de las cosas que se tocan, ni al futuro de las cosas que se desean, es que parecerá, por todo esto, que hemos sido eliminados por la pluma que antes nos había dibujado. Pero cuando haya ocurrido, cuando hayamos recordado todas las veces que morimos antes, no querremos aspirar a otra cosa, ni querremos regresar. Aunque regresaremos.

Si nos cambian los nombres, no importa. Porque nuestros nombres no pueden decirse, es que no cambiarán nada. Porque seremos siempre lo mismo, y volveremos siempre otra vez, no por olvido, sino por amor y memoria. Porque nuestro retorno será el de los espejos que se miran de frente: no habrá reflejo, sino el vacío con el que se hicieron todas las cosas del mundo.

Ya duele. Ha comenzado a doler hace años. Estos que llamamos años, estos que entendemos años, éste nombre hueco para la espiral. Es un dolor que es hemorragia y ardor, es un dolor que es vértigo y horror, el repentino empequeñecimiento, la ominosa caída en el pozo sin fondo del que nos revelaremos dueños, ¿cuándo? No lo sé. No lo sé porque estoy cayendo. No sé cuándo, pero sé.

Y antes acaso falte abrir todas las puertas, las puertas del reino invisible, las puertas de esos imperios que hasta ahora sólo hemos sabido conocer como imperios imaginarios. Ya están aquí las llaves, ya están. Pronto se abrirán todos los mares. Pronto rugirá la garganta infinita en su horroroso grito con el que dio a luz el devenir. Y también se abrirá la tierra y descenderemos a esos mundos que creímos imaginar tantos cientos y cientos de años, hasta que se hicieron verdad y tránsito de tanto añorarlos. Aguarda y verás.

- Pero acaso falte mucho aún. Acaso dure éste dolor la misma vida de los dioses.
- Ni siquiera en tiempo de humanos durará.

martes, 6 de julio de 2010

Mitos solares



-¿Recuerdas el día en que partimos?
-Sí. Era una nave en el sol.
-El día en que salimos.

Fuimos al sol pensando, que era de oro, que era Apolo en un carruaje saliendo del mar.

-¿Recuerdas el tiempo en que fuimos Apolo?
-No.
-Porque yo tampoco puedo recordarlo.
-Lo he soñado.
-Los salones que un día de lluvia miraste, desvanecido ya el estanque, ya el sueño en los espejos y los tapices para delfines sin mar, sin estanque, sin isla.
-Pero no llovió, aquel día. No llovió.
-Se apagó el murmullo de la serpiente, callando entre telones de terciopelo. La ópera de París. Diálogos de espejos, de miradas que se asustan, de cálidos impulsos de sexo que fluyen en una noche de Puskin.
-Un mes basta para llenarte de referencias sin significado fuera de ti.
-Un claustro.
-Basta una semana.
Pero no era de helio, ni de oro, sino vacío.

-¿Recuerdas los mitos solares?
-El de Latona refugiada en Delos.
-Sí.
-El del sol convertido en colibrí fratricida.
-Sí.
-La doncella que huye a una cueva, en una isla, en un continente que se supo isla, para volver a tejer lo que los dioses quisieron prohibido.
-Sí.
-Y el anillo, la espada, el espejo de Ise.
-Ise. Hice.
-Al sol que nace entre la noche, y el cielo, y el loto que abre los labios húmedos para decir “Nace el sol”. Y nació.
-Y con él, el mundo.
Pero no, no ese sol. Porque cuando digo sol, es un plural de soles hechos de perla.
-Dices su nombre, que es flama. Y es verbo. Azucena.
-¿Recuerdas el primer mito solar?
-Sí.
-Dímelo, porque hoy mis ojos no miran. Cuéntame un mito solar, para que se haga el día en esta noche infinita. Y un mito de creación, para llenar el vacío con la ilusión de la vida.
-Pero no conozco nada fuera de mí. Porque nada es fuera de mí.
-Haz a la creación a mi imagen y semejanza.
-A mi imagen y semejanza…

Erase una vez un árbol que no era un árbol, porque sus raíces eran un hombre dormido. Y sus frutos, eran los sueños de ese hombre con los ojos cerrados. Pero no necesitaba ojos, porque eran los frutos sus ojos, y por eso no eran frutos ni ojos sino vacíos de energía pura, que al explotar se convertían en estrellas. Un día, éste hombre que no era hombre sino la raíz del árbol de todos los paraísos, soñó que era hombre sin ser raíz, y conoció el placer de la carne de los hombres que no son raíces. Y por eso salió del árbol el primer fruto que era fruto y era estrella, sin los conflictos de la creación. Porque era perfecto, es que era fruto y estrella, y perla y vacío, y ausencia y espejismo, porque las cosas perfectas no existen.

Pero en el Paraíso todos creyeron que existía, la cohorte de diosas y dioses, y esas criaturas que no son diosas ni dioses porque no tienen sexo, aunque tienen la piel de oro, y el primero en creer que existía semejante fruto imposible, fue el Hombre. Él, que había nacido de la Belleza y el Caos, de lo superficial y lo profundo, de la gran montaña y el océano insondable, él que era de todos el que conocía la carne y las virutas del cielo, se enamoró del primer fruto imposible, de la primera estrella que era todas las cosas del firmamento, y por eso no era cosa alguna.

-Porque esa estrella era el Sol.
-No. Todavía no era el Sol. Escucha.

En perseguir un espejismo el hombre pactó con la artesana del Amor, al parecerle que el Amor era aquello que unía a los contrarios, y por eso a los dioses y los mortales, y por eso a los posibles y a los imposibles. Y ella, que era artesana pero no el Amor, sopló un vaso con cristal de luces sin sombra, y le dijo “Aquí beberás de la gran fuente”. Pero, como para las artesanas y las sibilas, decir “de la gran fuente”, es decir que de todas las fuentes del mundo, acaso es también decir que de la raíz de un árbol que hace florecer frutos, porque también es fuente. Pero el Hombre por ser hombre, pensó que una fuente debía ser una fuente asequible, de modo que buscó entre los ríos el más caudaloso, el que desembocara en el mar, y de las montañas la más alta. La que se mirara desde el cielo.

Y de ahí bebió agua, agua mezclada con su sangre, sangre que se regó hasta el Océano. Pero la estrella que también era fruto, no bajó, ni se hizo realidad, sino la nada. Y el Hombre era hombre, y por ser hombre era impaciente. Y porque era impaciente regó sangre por toda la tierra, y porque era impaciente rompió el vaso soplado en la luz pura. Y su sangre se mezcló con la luz y el agua, en el fondo de vaso nació la espiral de la galaxia. Éste movimiento que no termina. Éste movimiento estéril que incorpora líquidos hasta hacerlos otro imposible. El uno. Hasta hacerlos luz. Y nada.

Porque el Hombre no sabía que de lo Imposible y la Nada había nacido, por amor, porque el Hombre quiso, el Espacio Sideral. Y las constelaciones inverosímiles porque son nada, porque son distancias inauditas que de pronto unidas, se aparecen, al Hombre, como signos del tiempo por venir. Como signos de sí. Esas distancias salvadas.

Y al cabo de crear al Universo cuando se supo enamorado de los imposibles, el Hombre se suicidó. No por amor ni por desamor. Sino porque los mortales mueren para Ser, porque los mortales mueren para volver al seno de los paraísos.

-¿Dónde está el sol?

Al sol lo hicieron cuando la Voluntad quiso hacer realidad lo imposible. Pero había que partirlo. Había que destruir aquella estrella que era fruto también, para que fuera estrella y fruto. Pero ya se había preñado del Hombre, y al partirse, emergió una estrella que también era hombre, y una estrella que también era mujer. Gravitaban extrañamente el universo. Sin saber unirse. Sin poder unirse, porque su unión era imposible. Porque ambos habían sido soles unidos, pero se creían distintos y distantes.

-La angustia. Ésta angustia que nos separa. ¿Cómo acabar con ella?
-El fin de la angustia es la historia del espejo.
-¿Cuál es la historia del espejo?
- Una que ésta noche perpetua, no voy a contarte.